Corrían los años 344, el mundo comenzaba otra vez después de los destrozos causados por los hombres de las estrellas.
En la ciudad de Dukat, al oeste de la gran barrera, un hombre, tímido y con los pensamientos fijos en la nada, estaba cada día sentado, al borde de la pileta del centro de la ciudad, ahí absorbía los rayos del sol y cuidaba con su mirada los perros que descansaban a la orilla del camino.
Cada día desde la curva más alta que se veía a través de la bruma matutina, se apreciaba un niño venir montado en una extraña bicicleta vieja y roída por el oxido. Sola arrumbada, solo parecía un montón de fierros a punto de desaparecer. Pero cuando este niño subía sobre ella y le daba vida, estos dos, el niño y su bicicleta parecían un centauro fuerte y sin miedo a nada.
Nadie en Dukat le había hablado jamás, nunca nadie lo ayudo, nadie lo saludó. Todos o la gran mayoría le temían por su apariencia, aunque solo llevaba una boina deshilachada en su cabeza, y un abrigo que le quedaba por sobre las rodillas, un pantalón viejo y gastado que dejaba a la vista sus tobillos morados por el frio y unos zapatos negros, con cordones purpuras.
Sus ojos estaban cubiertos por el cabello fino que crecía de su cabeza. La bruma caía aquella mañana, y las aves chillaban tan fuerte que sus cantos producían dolor en quien las oyera. En las afueras de Dukat los perros salvajes rondaban, ya habían capturado a un viajero descuidado y ahora disfrutaban de un festín de huesos y sangre, los asaltantes de caminos también tenían hambre, eran capaces de alimentarse de sus hermanos si la situación lo ameritaba.
El viejo se levanto del borde de la pileta de agua roja, y caminó a las afueras de Dukat, ahí sin miedo espero a ver pasar al muchacho de la bicicleta, lejos muy lejos lo vio venir, por el medio del camino. Se acercaba más y más, el corazón del viejo se apretaba y latía con más fuerza. Se apretaban sus manos y sonaban como una puerta que se cierra lentamente. Así hasta que el niño estuvo tan cerca de el que ya no había opción. Este sería el día en que por primera vez alguien cambiaria palabras con aquel extraño que ignoraba a todos y que la mayoría despreciaba.
El viejo se cruzo en su camino, el chico alzo la vista y en lugar de ojos tenía dos profundos e infernales agujeros negros, de piel blanca. El hombre quedo mudo de terror, sin habla. Los perros al ver al niño se lanzaron a atacarlo pero este sin preocuparse se bajó de la bicicleta, les tendió su brazo y el primero que se lanzo sobre él consiguió arrancar un buen pedazo de carne del brazo de joven. Este sin siquiera hacer un gesto de dolor se inclino a admirar como su atacante disfrutaba de la conquista. La tierra se cubría de sangre, tan roja como ninguna. Al instante tomo por el cuello al animal, lo apretó y sus dedos se fueron clavando poco a poco en su cuello, atravesando la piel. Cada capa de venas y arterias eran traspasadas por los dedos del niño hasta que consiguió tocar y sentir el tubo interior llamado esófago, y lo apretó hasta que su mano quedo cerrada de forma perpetua en forma de puño.
Aquí las otras bestias pararon en seco como entendiendo el mensaje. Esta vez los cazadores eran cazados.
El muchacho se levanto y le pidió al hombre que lo observaba que le diera su brazo. Necesitaba reemplazar el suyo que había cedido al perro y justamente el destino ponía a un hombre con dos brazos sanos en su camino. El hombre aterrado y pálido, sin sangre en el rostro, con los labios fríos como el invierno, solo deseaba huir pero no se atrevía. El muchacho pidió una vez más el brazo que necesitaba. Al no ver respuesta se acerco al viejo mirándolo con sus agujeros negros, se acerco mas, extendió su otra mano y le arranco en forma directa el brazo pedido. Los buitres del cielo necesitaban comer atraídos por el olor a muerte. Los perros esperaban que pronto alguien se transformara en cadáver para continuar con su ritual.
El viejo gritó y desesperado trato de correr pero el niño montó en la bicicleta y lo siguió, lo alcanzo y le agradeció por el regalo. Exhausto por el dolor y la pérdida de líquido rojo, el viejo estaba por morir. Fue aquí cuando el niño lo derribó y espero a que el hombre muriese como le diera la gana, aunque en modo de favor no permitió que los perros le arrebataran la miserable vida que le quedaba.
Al tener el cuerpo sin vida frente así el niño se compadeció y decidió enterrarlo, pero no sería un funeral normal, esta sería una marcha fúnebre hacia el cielo. El muchacho tomo un cuchillo del bolsillo del viejo y comenzó a realizar múltiples cortes en su piel, en todos lados, la sangre se esparcía formando un charco rojo bajo el. Los perros estaban atentos, listos para el momento en que pudieran disfrutar de la víctima. Pero el niño luego de haber realizado variados cortes superficiales sobre el cuerpo del infortunado dijo:
Vengan acá viejos buitres carroñeros, daremos en entierro digno a este hombre que se atrevió a interponerse en mi camino, lleven su cuerpo y entiérrenlo en el aire. Así los buitres se abalanzaron sobre el cadáver y solo se veía unas gigantes manchas negras peleando por devorar al caído, las cabezas de las aves estaban rojas y cubiertas de entrañas, así en medio de las peleas de los carroñeros por alimentarse, el niño daba vueltas en círculos rodeando el espectáculo montado en su bicicleta, feliz y cantando una canción.
Los buitres terminaron y el niño se acercó, tomo la estructura ósea y con una piedra comenzó a machacar cada hueso, uno por uno. Pronto obtuvo una gran cantidad de polvo blanco y la baño con la sangre del gran perro que había matado anteriormente. Otra vez los buitres bajaron tan rápido desde el cielo, como los vientos que caen desde la cima de las pirámides del sobreviviente Egipto, hasta las arenas del cálido y mortal desierto.
Esta vez no quedo nada. Todo fue devorado. cada parte, cada musculo, cada ojo, cada viejo dedo, y la parte más apetecida llamada corazón fue a parar al mayor buitre de todos. El niño monto en su bicicleta feliz y dijo gritando:
“Ya hemos terminado con la sepultura del hombre, espero hayas disfrutado esta digna despedida que te regalé, ahora descansaras en los cielos y podrás decir a los fantasmas que fuiste sepultado en el aire”
El muchacho se veía cada día pasar, por el mismo camino, sin mirar a los lados sin dejar nunca al descubierto sus ojos, nadie le hablaba, y corrían los rumores de que todos los días huía de sus amos que lo seguían para castigarlo con látigos y mazos de madera, y que cada tarde al caer la noche, era capturado otra vez y lo llevaban a un lugar desconocido para ser maltratado y agredido nuevamente. Se dice que consiguió arrancar del infierno. Que la locura en el no tiene fin y su amor por quitar vidas es tan simple que solo es un juego para él. Siempre desaparecían personas especialmente a los alrededores de Dukat, nunca se volvía a saber de ellos y ya se habían mandado a ejecutar a varios supuestos responsables, pero esto era solo una de las maniobras mas, que efectuaban los grandes rangos de la ciudad. Claramente si no podían hallar al o los responsables era más fácil culpar a otros y eliminarlos.
Un día el joven llamado Calixto decidió hacer frente al muchacho de la bicicleta, debido a las sospechas que generaba en todo el pueblo y como todos los que habían decidido acercarse a él nunca más aparecieron. Pensó que algo debía hacer.
Un tiempo después Calixto decidido se armo de valor y decidió hacer frente y acabar de una vez por todas con este misterioso drama que se llevaba a cabo. Al despertar el alba lo esperó escondido con un trozo de fierro entre sus ropas, el niño de la bicicleta aparecía a lo lejos. Calixto nervioso lo esperó, el sudor corría por su frente, tiritaba, sentía como el miedo se apoderaba de él. ¿Cómo es posible que tenga miedo por esperar a este chiquillo anormal? Se preguntaba Calixto. Hasta que el tiempo se agotó y la bicicleta pasó frente a él con su conductor. No pudo ver su rostro, lo dejo pasar y lo siguió cautelosamente.
El día se acababa y Calixto quería saber cuál era el destino del niño y porque nadie volvía jamás. Hasta que cayó la noche y la bicicleta se detuvo. El niño tomó un suave respiro y siguió con su rumbo hasta que internándose en la parte desconocida del bosque llegaron a destino. Calixto horrorizado por lo que veía se arrepintió profundamente por osar emprender aquella larga persecución. Se quedo oculto más atrás. Procurando no ser descubierto, solo pensaba en marcharse y olvidar aquello que tenía delante de sí.
Un árbol gigante y robusto. Viejo pero de corteza firme, sus raíces sobresalían a por lo menos 3 metros de altura por sobre el suelo y de unas ramas gruesa y negras. Ahí se detuvo el niño. Dejo su bicicleta apoyada sobre la hierba muerta como para que descansara y comenzó a cantar una canción. Se acerco a un bulto incrustado sobre la corteza del árbol, pegado y cubierto de savia, la hiedra verde y negra le pasaba por sobre él. Calixto que no podía pensar ni moverse observaba rogando no ser descubierto.
En esto el niño sintió algo en el aire, ¿acaso ese olor era de un humano? ¿Acaso lo habían seguido? El muchacho rió de forma graciosa y rápidamente volteo la cabeza hacia donde estaba escondido Calixto. El niño levanto el cabello de su rostro y su seguidor pudo apreciar aquella pagana mirada traída de guerras pasadas. Sintió como era atravesado por la aprensión y el caos, se sentía cobarde como una rata, tan miserable como un traidor. El niño se acerco a él y le dijo:
“Bueno. Que mal destino es el que se te ha dibujado al momento de nacer y te dio valor para seguir mis pasos, hubiese sido mejor morir devorado por los grandes perros, o de cualquier forma. Aunque pensándolo bien te gustará ser parte de esto”
Una fuerza desconocida dominaba a Calixto, ya no tenía control de sí mismo. El niño lo llevó hacia el árbol, lo hizo detenerse frente el bulto, y Calixto vio un cadáver. Su piel brillaba aunque deteriorada por los años y la naturaleza le daba un aspecto macabro. El rostro con los ojos cerrados y la boca en señal de pena, sus brazos ya formaban parte del árbol y no podía ser removido de ahí.
“es mi padre”, dijo el niño. Removió un poco de la hiedra que lo cubría y mostro 7 perforaciones en su torso y una en la garganta. Nuevamente dijo: fue condenado sin razón por los verdugos de Dukat aquí fue amarrado y condenado a morir. Lo fusilaron sin tener pruebas y no tuvieron piedad. Mi padre era un gran hombre, y pretendo revivirlo con todos aquellos que he matado. Es fácil, solo los traigo aquí los inmovilizo, luego los amarro al árbol y cada día y lentamente este extrae la energía vital de los humanos que cuelgo aquí. Es mi ofrenda, así mi padre se mantiene vivo a través de este medio y los hombres son consumidos sin piedad.

Este árbol también consume del alimento que le traigo pues ese fue el pacto. Él compartiría su vida con mi padre fallecido si yo le traía alimento de primera clase.
Así traeré a cada persona que habite en Dukat y pagará por asesinar sin razón, y como no puedo saber quiénes fueron los que lo culparon. Morirán todos.”
Luego de esta breve explicación el niño le dijo adiós a Calixto y lo colgó de una rama. Allí fue consumido por el árbol, y su piel y sus músculos eran digeridos por aquella inmensa cuna de muerte.
Lo último que se supo de la ciudad de Dukat fue que los pocos habitantes que quedaban la abandonaron y procuraron jamás volver allí. Solo se ve a lo lejos una bicicleta que avanza sin rumbo cada día y que nadie se atreve a interceptar.
Escrito por:
Omar Sepúlveda C.